Claro de luna
El plátano sigue siendo sensacional…
Tener un bebé en casa es tener el frutero y el frigorífico repleto de fruta y alguno de esos potitos preparados que nos sacan del apuro cuando queremos salir de casa o estamos un poco apurados de tiempo. En nuestra casa, conservando la costumbre y ese gusto heredados de mi padre, la fruta nunca ha faltado, me encanta y me la devoro con suma facilidad, salvo, curiosamente, el plátano, que raras veces como y sólo hago uso de él en postres, en dónde pasa a ser una de mis frutas preferidas. Con las fresas, en cambio, me sucede al contrario, me encantan, pero en postres pierden mucho de su sabor y no me convencen tanto como las frambuesas, por ejemplo. A María no le gusta demasiado la fruta, salvo un kiwi o mandarina por la mañana o algún plátano de vez en cuando.
Desde que hemos empezado a darle fruta a Teo, en el frutero nunca faltan plátanos y otras frutas maduras de fácil digestión. Durante estas semanas he empezado a hacer varios platos con plátano, la mejor forma que he encontrado para comerlo. En sucesivas semanas, e intentando no ser demasiado pesado, pondré intentaré poner recetas que lleven plátano, aún a costa de que no sea al gusto de todos.
El aspecto, esponjosidad y textura de este postre es de un bizcocho tipo pudin, aireado y húmedo, con aceite y sin mantequilla. También he sustituido parte de la levadura química por bicarbonato, como hago muchas veces (en tortitas, por ejemplo) cuando deseo una masa aireada y sin sabores remanentes “extraños”. La levadura química está compuesta por gasificantes (bicarbonato sódico) más antioxidantes, acidulantes… Los primeros le dan esponjosidad, los segundos favorecen la textura y la conservación del postre.
Lo que me interesa en los bizcochos o tortitas es que la masa quede bien aireada (provocado por un gasificante como el bicarbonato), pero, debido a los efectos de los huevos y materias grasas, una cucharilla de levadura química puede ser más que suficiente para favorecer la conservación y mejorar su textura. Con las galletas puedo hacer al contrario, me interesa que la masa tenga una textura crujiente y sin demasiada esponjosidad, por ello puedo llegar a sustituir parte de la levadura química por crémor tártaro.
Como casi todo este tipo de pudines y bizcochos, gana sabor y gusto con el paso de dos o tres días. Yo prefiero conservarlo en el frigorífico y lo retiro una hora antes de tomarlo. Muchas veces lo acompaño de una salsa, que puede ser con plátano y caramelo, pero esta vez lo he cubierto de una suave capa con un ligero sabor a vainilla y queso que le ha quedado perfecta.
Pío, pío, piiii, pío, pío, piiii
“… ya verás que divertido”. Quisiera hacer un llamamiento de especial desesperación a todos los constructores de juguetes para bebés. A esos que diseñan sonajeros, gimnasios, mantas de actividades, juguetes, pío-píos, mamá patas, hamacas o cualquier instrumento sonoro de uso durante el primer y segundo año de vida de un bebé. ¡Por favor! ¡No pongan esa música estridente, punzante, desafinada y machacona, que suena como la guitarra de Chikilicuatre tocada por el pianista de Cine de Barrio! Si aún fuesen unas sonatas con tonos reales… ¡si pueden los móviles me imagino que se podrán poner en juguetes y sonajeros!
Porque quienes lo sufren somos los papis y demás personal al cargo. Ellos no se cansan de darle al botoncito que hace sonar esos sonidos machacones, una y otra vez, incansables y sin ningún síntoma de agotamiento. “Pío, pío, piii…, pío, pío, piiii… ya verás que divertidooooo”.
Hibernación
Hoy domingo, hace unos pocos minutos, a altas horas de la madrugada (ya son las tres y media), me he acercado al ordenador de sobremesa al que llevaba mucho tiempo sin prestarle la mínima atención. Lo había encendido para que María preparase unos informes y allí se había quedado, stand by, esperando a que lo inspeccionase después de tanto tiempo en el olvido. Hacía más de un año que no lo utilizaba, sólo un par de veces para comprobar alguna aplicación en Linux. Quedaba poco espacio en el disco duro y me puse a buscar la causa, a la caza de archivos inútiles que pudiese borrar sin miedo. Me encontré con fotos del pasado, de hace dos o tres años, de platos cuyas recetas no habré escrito o si lo he hecho me resultaría muy difícil encontrar (donuts al horno, codornices, panes de varios tipos, un Kougelhopf,…). De las imágenes, lo que más me ha llamado la atención es la deformación del paso del tiempo. He intentado comparar esas pocas fotos en las que aparecía (siempre soy el fotógrafo) con la imagen física y mental actual que tengo de mí. No me reconocía.
Si tuviese que organizarlas en secuencia temporal me resultaría imposible, acabaría por agruparlas por meses y no por años, porque la evolución física sólo podría comprobarse entre los mismos meses de diferentes años. Como las vetas de los árboles o las capas de las rocas sedimentarias, han sido las circunstancias personales relevantes las que me han dejado marcas en el rostro, arrugas y envejecimientos acelerados por hechos trascendentales. Este año ha sido el nacimiento de Teo, que me ha marcado por dentro y dejado ciertas dosis de gravedad por fuera. Otras, una crisis personal, un decaimiento, una pérdida,..
He visto fotos en Praga, en las que ni me reconozco. En NY, anterior, aparece un Pepe en el que puedo reconocerme con más nitidez. En otras muchas fotos pueden verse a familiares, a amigos y a María. También ella ha cambiado, pero de un modo más lineal y constante, más equilibrado.
El fondo de escritorio es una foto realizada en Estocolmo. Nunca me había fijado en los detalles, sólo en el encuadre de una pequeña plaza presidida por unos árboles y circundada por unos bancos de madera. Acercándose por el centro aparece una mujer que está a un paso de la tercera edad. A la derecha, he ahí en dónde reside mi pequeño descubrimiento, pueden verse sentados en un banco a una joven, quizás pasados los treinta años, y a un señor de mediana edad. La mujer, sentada a escasos dos metros del varón, esta girada dirigiendo su mirada hacia el hombre en gesto de conversación. El hombre parece fijar su mirada hacia la cámara mientras habla. Más a la derecha hay otro hombre que ejerce de mero espectador dejando pasar el tiempo sentado en la repisa de una ventana baja.
He visto la foto muchísimas veces, pero sólo ésta me ha venido a la mente la conversación entre dos amantes en la clandestinidad. Él mayor que ella, ella más pasional y entregada. Podría ser un encuentro casual y una conversación de lo más trivial, pero no me lo parece o prefiero pensar que no lo es. La distancia marcada aparenta cierta discreción, recato público y pasión contenida, pero el gesto de la joven es de lo más cordial y entregado. La imaginación me lleva todavía más, hasta el punto de ver sus otras vidas, aquellas que en la rutina viven sin pasión, las que les ha tocado vivir porque las circunstancias les han empujado a ello. Él nunca se atreverá a dejar a su esposa, porque vive en la seguridad y tranquilidad de una mentira aceptada por ambas partes, ella lo dejaría todo si él se lo pidiese, algo que nunca hará.
Como si fuesen vacaciones
Hoy ha sido mi último día de trabajo hasta el curso que viene. Otros años habría estado rebosante de felicidad, liberado de tanta tensión y leyendo mis primeros ladrillos del verano, época en la que se practica una lectura menos sesuda y más leve. Pero no, este año no tengo esa sensación de liberación ni me subo por las paredes planificando qué haré durante esas horas en las que María todavía trabaja. Las vacaciones reales son un concepto de la infancia que para un adulto puede resultar prácticamente utópico.
A medida que he ido teniendo más responsabilidades, algunas tan leves como hacer la comida o lavar los platos, durante todos los días te ves abocado a un sinfín de tareas no remuneradas, ni tan siquiera consideradas socialmente. Como muchas de esas madres de casa que han sacrificado su vida día a día, ocupando cada segundo en planificar y organizar las labores de casa. Por no hablar de los hijos, su presencia multiplica por un millón las responsabilidades y cada segundo de tu vida hasta que alcance la independencia afectiva se le tiene que dar un soporte que, dependiendo de la edad, puede llegar pesar como una losa sobre tu tiempo.
Hoy, lunes 29 de junio, hemos tenido el último Claustro del curso. Nuestro departamento, una vez más, se ha visto con una carga de trabajo que requiere nuestra presencia durante muchas más horas que la mayoría del personal docente. Para más, el próximo curso empezaremos ya en septiembre, con los alumnos de ESO y Bachillerato, cuando otros años teníamos todo el mes para preparar y organizar las clases hasta que los estudiantes empezasen a principio de octubre.
(…) Creo que hace mucho que no me necesitaba tanto tiempo para escribir una receta. Para cada palabra he necesitado encontrar ese momento de calma que durante el día es casi imposible. El correo ya ni lo he leído, salvo rarísimas y puntuales excepciones. La receta que presento es una que fue realizada el 12-13 de junio, hace más de quince días.
Ayer domingo por la tarde reapareció el sol para que pudiese dar un paseo con Teo y conseguir que durmiese mientras María repasaba un informe. Todavía con la ropa de deporte y descuidado, llevé a Teo a unos de los rincones próximos que más me gustan: El Campus Sur (antes era simplemente: “El Campus”). Cuando estudiaba me encantaba pasar de camino a la facultad por la proximidad de los Colegios Mayores, justo al lado de la (incomprensible, inútil y surrealista) pista de hockey sobre hierba. Nunca he entendido la utilidad de esa pista, aquí, en donde la tradición y afición por otro hockey que no sea sobre patines es inexistente. Pensaba que era una de esas concesiones que dan muchas Universidades al elitismo, como esa manía de practicar deportes minoritarios como rugby o soccer en algunas universidades estadounidenses. Pero es bello, ese campo de pequeña hierba segada, siempre libre y vallado es una estampa curiosamente hermosa, las pocas veces que he visto a gente (ayer unos niños) juganban al fútbol.


Una tarde de domingo de finales de junio en el campus es difícil encontrar estudiantes, sólo aquellos que se acercan a jugar al tenis o al baloncesto. Los únicos, el personal investigador que ultima la presentación de un trabajo o prepara un artículo para algún congreso. Ahora todavía puedes encontrarte con una multitud de estudiantes en la nueva biblioteca al lado de la Facultad de Derecho, allí los estudiantes aplacan sus nervios cara a los últimos exámenes debatiendo apoyados en la barandilla que flanquea la entrada.
Ha pasado más de una hora y Teo sólo ha abierto los ojos para comprobar que seguía con él, echando una ligera sonrisa y volviendo a dormirse de inmediato. No ha habido necesitad de hacer absolutamente nada en especial, el tranquilizante sonido ambiental era más sedante que cualquier canción. Para abstraerme del entorno y olvidarme, he puesto música en mis oídos procedente del reproductor MP3 que incorpora el móvil.
Bizcocho de plátano/pudin de plátano
- 125 gr. de harina (normal)
- 1 cucharilla de té de levadura química (Royal)
- ½ cucharilla de té de bicarbonato sódico.
- ½ cucharilla de té de sal.
- 1 cucharilla de té de canela.
- 230 gr. de puré de plátano (~dos grandes)
- 170 gr. de azúcar.
- 110 gr. de aceite de oliva suave.
- 2 huevos grandes.
- 5 gr. de extracto de vainilla.
Nota: ¿por qué mido las especias y las levaduras en cucharillas de té? Porque no tengo balanza de precisión y una cucharilla de té (~5 ml) me sirven como referencia para poder repetir el postre con relativa exactitud en un futuro.
(1) Precalentamos el horno a ~180ºC. Mezclamos los ingredientes secos: harina, levadura química, bicarbonato, sal y canela. Reservamos.
Hacemos puré con varios plátanos, unos dos grandes, y lo vertemos en un cuenco hasta obtener 230 gr., añadimos el azúcar, el aceite, los huevos y la vainilla. Con una batidora eléctrica emulsionamos la mezcla hasta que se formen unas burbujas. Añadimos la mezcla de harina y batimos poco a poco con ayuda de un batidor manual. Vertemos en un molde cuadrado de unos 20×20 cm2.
Horneamos durante unos 25-30 minutos o más, hasta que al introducir un palillo, cuchillo o similar salga limpio. Dejamos enfriar mientras preparamos la cobertura e introducimos en el frigorífico. Estará más rico después de un par de días.
Cobertura al queso y vainilla
- 100 gr. de azúcar polvo (lustre).
- 40 gr. de queso crema, estilo Philadelphia.
- 25 gr. de margarina.
- 5 gr. de extracto de vainilla.
- ~10 ml. de zumo de naranja recién exprimido.
(1) Mezclamos todos los ingredientes en un cuenco, exceptuando el zumo de naranja. Batimos con un batidor de varillas hasta que forme una pasta homogénea, añadiendo un chorrito de naranja, el necesario para que tenga una densidad media. Cubrimos el bizcocho e introducimos en el frigorífico.